martes, 15 de octubre de 2013

¿Viernes?







Ayer me encontré con un amigo que trabaja en la oficina de Lima de una empresa transnacional y me contó algo que le pareció muy gracioso y anecdótico. El día anterior al de nuestro encuentro, él estaba trabajando tranquilamente en su escritorio cuando de pronto recibió un mensaje de su jefe que le decía“¿viernes?”, a lo que siguió una risa “jajaja” y otra de Ernesto, mi amigo (todo vía correo electrónico, obviamente). Ernesto me comentó que le pareció muy gracioso el lapsus de su jefe y que, obviamente, entendió que lo que le había querido decir fue “¿vienes (a mi oficina)?”.
Aún cuando Ernesto parecía satisfecho con la risa que le había provocado el curioso episodio, yo me quedé intrigado por el origen del lapsus y le pedí que me contara un poco más de los sucesos de la oficina en aquel día. De acuerdo a Ernesto, su jefe había informado esa mañana que no iba a poder ir a la oficina por problemas personales, anuncio que había alegrado a gran parte del equipo de trabajo debido a que dicho jefe es, digamos, bastante demandante. En el transcurso de la mañana Ernesto se enteró por la secretaria que su jefe se había ausentado porque había tenido que llevar a su hijo de cinco años a la clínica a causa de una fiebre bastante alta. A pesar de todo ello, el jefe se apareció en las oficinas por la tarde a fin de cumplir con sus trabajos pendientes. Es en este momento que Ernesto recibe el mensaje “¿viernes?”. Una vez en su oficina mi buen amigo notó que el jefe estaba por momentos distraído, con el pensamiento en otra parte, inclusive también cuando una gerente entró a su oficina para tratar con él unos temas urgentes. Empáticamente, Ernesto le preguntó qué le pasaba, a lo cual el jefe respondió que se encontraba sumamente preocupado por su hijo, pero no tanto por la fiebre, que estaba siendo muy bien controlada, sino porque no podía acompañarlo y confortarlo en esos momentos en que se encontraba enfermo y desanimado.
Algo muy similar me ocurrió a mí mismo la semana pasada. Quedé con un buen amigo de la academia preuniversitaria en reunirnos a almorzar en un restaurante en la Av. Las Begonias, lugar cercano a su trabajo. Yo llegué primero y empecé a ojear una revista mientras lo esperaba; de pronto, lo vi llegar con un aspecto un tanto desaliñado para ser un hombre de oficina, con unas ojeras tremendas y a un ritmo apurado –algo que no entendía, pues estaba llegando a tiempo a la cita. Nos saludamos afectuosamente, como correspondía, y nos sentamos. Mientras ojeaba la carta, mi amigo ya había pedido su plato y bebida; inmediatamente se disculpó y me dijo que no iba a poder quedarse mucho tiempo, pues tenía que terminar un trabajo esa misma tarde, un trabajo sumamente importante que su jefe le había pedido. Naturalmente le dije que no había ningún problema, que entendía perfectamente la situación. Empezamos conversar de otros temas, de amigos en común, de su estresante trabajo y cuando llegamos al tema familiar, él cambio de cara, se quedó pensativo y me confesó que lo que más lo agobiaba en ese momento no era el trabajo pendiente, sino aquello que estaba dejando de hacer por cumplir con dicha obligación. Ese era un viernes y en la noche su hija iba a hacer el sacramento de la confesión; al día siguiente se celebraría la primera comunión. Miguel, mi amigo, no iba a poder acompañarla esa noche, que era para ella muy importante; pero estaría presente en la primera comunión, “si es que no se presentaba una urgencia del jefe, claro”, me dijo soltando una carcajada que en el fondo tenía un sabor amargo.
En ambas historias se puede identificar inmediatamente que el contexto laboral en el que se encuentran los personajes son los desencadenantes de la angustia que los aqueja, una angustia relacionada a la imposibilidad de compartir con sus hijos momentos muy significativos en sus vidas. De lo que fuimos testigos Ernesto y yo es algo que todos hemos visto o vivido, que la sociedad actual y sus exigencias, en este caso laborales, impiden un adecuado equilibrio entre las esferas en las que transitamos, nos interrelacionamos o simplemente vivimos todos nosotros. La esfera laboral, familiar y social son importantes y cada una requiere de un tiempo, dedicación y disfrute. Cuando una de ellas absorbe el tiempo de las otras dos es cuando surgen las angustias como primera señal de alerta de que hay un malestar, que en las dos historias presentadas son la imposibilidad de disfrutar el tiempo que uno realmente desea pasar con un ser querido; un deseo que no se limita a un simple placer individual, sino que es también un placer de compartir un momento de felicidad con otro que nos es significativo (los hijos en este caso).
Creo que lo que podemos recoger de estas dos historias es que debemos ser conscientes y estar alertas de cuando se pueden estar generando estas situaciones de desequilibrio, ya que de ello dependerá que podamos tomar las medidas necesarias para no descuidar a nuestros seres queridos y a nosotros mismos, en tanto constituye parte de nuestra felicidad el tiempo que pasamos con ellos. Debemos tener en cuenta que el vínculo afectivo, que los padres cumplan su rol de forma adecuada y la comunicación con los hijos son parte fundamental en su desarrollo psíquico. Sabemos que, por el ritmo de trabajo y las demandas de la sociedad actual, no es posible estar siempre al lado de nuestros hijos –y en verdad que tampoco es lo más saludable estar casi fusionados con ellos–, sin embargo, siempre es posible que al menos uno de los padres esté con ellos en los momentos más importantes, y que esos momentos sean siempre de calidad afectiva. Otro factor importante que debemos recordar es que un padre no puede reemplazar a una madre o viceversa, ya que cada uno cumple un rol con funciones específicas que son esenciales para los hijos; desde los más básico como es el cuidado materno en los primero meses del nacimiento del bebe –que es una función materna en sí misma–, hasta la función esencialmente paterna de evitar que la madre se vuelque excesivamente en mantener dicho vínculo con el hijo, cuando éste requiera ya de tener un mayor espacio que permita su individuación como sujeto distinto de la madre.
Esperamos que éste, nuestro primer post, les sea útil y permita la reflexión acerca de si nos estamos olvidando de aquellas cosas que son verdaderamente importantes en la vida, tales como la familia, la pareja, los amigos; aquellas cosas que la sociedad actual tiende a desplazar a un segundo plano, priorizando más el “éxito profesional”, un éxito que no es necesariamente fuente de felicidad. De pronto, uno ya no vive para ser feliz, sino para ser exitoso, aunque muchas veces infeliz.

Bruno Rojas

Psicoterapeuta




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