miércoles, 11 de junio de 2014

¡Estoy embarazada!



Usualmente, cuando nos enteramos que familiares o  amigas están esperando un bebé, nos enlazamos en la alegría de la madre y los suyos. Ver el rostro feliz de esa mami, escuchar  ese “Estoy embarazada” ¡cae tan bien! Compartimos y hacemos nuestro, ese mundo de felicidad y expectación.
Sin embargo, mientras  voy escribiendo esto, aparece en mi mente mujeres amigas, mujeres pacientes, que tienen  miedo, caos y angustia, porque empiezan a sentir dolencias que no esperaban, porque no se encuentran cómodas con su nueva figura, porque pelean mucho con sus parejas o porque ese amor sublime y grandioso de madre no aparece cómo lo señalan algunas madres.

Y es que también es esa la realidad: Muchas mujeres  no  se sienten bien frente  a su  embarazo. A veces, pese a desearlo con todas sus fuerzas, o en otros casos, porque no estaba en los planes. Mujeres que no la pasan nada bien y sólo les queda sentirse “raras”, “malas”  “cobardes” porque no pueden sentir  aquello que otras dicen o porque no pueden tolerar “la normalidad” de los cambios que los médicos señalan. 

El embarazo es  natural en la mujer dirían, sin embargo  podemos suponer que en principio existe un caos interno y que tal caos no es “fisiológico” o “emocional”,  es caos físico que tiene su correlato emocional,  es caos emocional que tiene su correlato físico, porque no son dos, más bien UNA  mujer  con otro UNO que se va forjando en la estructura psíquica de la madre, frente a la interacción con su bebe. Hay que recordar entonces, que  el embarazo propiamente dicho y sus particulares movimientos homeostáticos, inciden en una mayor o menor ambivalencia y bienestar.

Una mujer, no podrá, cómo se espera de las madres, contener y transformar  las variadas y complicadas necesidades de su bebé,  si no cuenta con condiciones mínimas para lograrlo, si no tienen en su entorno, pareja, familia, además de su propia estructura psíquica, el apoyo para salir triunfante y saludable, puesto que la complejidad  que supone  el proceso, la deja en un estado fragilidad, presionando sus funciones adaptativas para la vida.

Un embarazo difícil es un indicio de conflictos que no están únicamente en el plano fisiológico. Así  tenemos que, muchos temores  del embarazo remiten a temores más profundos y a fantasías  en las que entran en juego vivencias experimentadas a lo largo de toda su vida, sin embargo muchas veces, se les resta importancia y se los naturaliza. Acaso en “automático”   ¿se podrán vivir estos cambios con la presencia de otro cuerpo dentro de la madre? ¡No siempre sucede así! Menos aún si estos cambios afianzan  estados previos de depresión, ansiedad o angustias.

La maternidad no se inicia con la formación del óvulo, el núcleo psicológico de la maternidad  empieza en la infancia, en la relación con su propia madre, en el modelo que de ella recibe, de su propia historia infantil, de sus vínculos con sus padres, así como en sus propias fantasías. Todo ello condicionará su posición subjetiva frente a su maternidad y sobre la propia capacidad para el desempeño de la función materna y esto incidiría directamente en sus angustias y trastornos somáticos.

La  presión de la idealización masiva que  presenta a la maternidad cómo poseedora de afectos únicamente positivos: amor sublime, abnegación , deja a la madre, en la búsqueda de  interiorización de ese conjunto de preceptos y exigencias que guían  la experiencia de la maternidad sublime y feliz, intentando  dejar de lado sensaciones y emociones contrarias, ocultando y negando sus propias dudas, ansiedades y ambivalencia, que también son propias de toda esa metamorfosis,  para alinearse a las  prescripciones culturales.

Llevar un embarazo no es tarea fácil, hay  que  favorecer situaciones positivas  con la pareja y con el entorno cercano. Pensamos que es importante  generar espacios  de comprensión de la vida  cotidiana de la madre embarazada, el lenguaje afectivo es muy importante, también lo es el lenguaje verbal.   Si se forjan espacios confiables para que la madre embarazada  pueda poner en palabras sus propios conflictos y fantasías estaremos promoviendo el bienestar y la salud de la  madre y bebé.  Y cuando en el entorno cercano, no es posible de manera natural, quizás se requiera un espacio psicoterapéutico y una intervención profesional, que sostenga.

Ana María Osorio
Magister en Psicología
Psicoterapeuta






miércoles, 4 de junio de 2014

Autoestima= confianza + seguridad



La construcción del sentimiento de seguridad comienza en los primeros períodos de vida, a partir de los momentos iniciales de contacto.
La seguridad y confianza a partir de las cuales se construye la autoestima se encuentra influenciada por las experiencias de bienestar del bebe.
Este bienestar se desarrolla principalmente a través de la sintonía que se construya en la relación del bebe con su cuidador, el cual debe detectar y responder de manera sensible y empática frente a las señales del niño.
A partir de esto es posible construir un vinculo solido y estable que brinde al niño la posibilidad de contar con base segura a partir de la cual desenvolverse en su medio.
Las representaciones que se tengan de uno mismo se encuentran muy influenciadas por la relación con los otros y lo que las personas proyecten sobre el niño.
La imagen que se construya de uno mismo responde al grado en que ha sido querido y valorado por las personas que lo rodean. Por esto es importante mantener un adecuado contacto afectivo con el niño, tanto físico como verbal, y confiar en sus capacidades a fin de fomentar el fortalecimiento del aprecio por si mismo.
Es importante brindar a los niños la oportunidad de conocerse e identificar sus habilidades por medio de la exploración y el movimiento libre. El emplear sus propias capacidades les permitirá percibirse como sujetos capaces de enfrentarse y resolver diferentes situaciones,
En resumen podría decirse que la autoestima depende de una serie de factores: Los mensajes que se reciben, los retos a los que uno logra enfrentarse, los juicios sobre uno mismo, el desarrollo de las habilidades, las pautas de crianza de los padres, los modelos de otros y los ambientes por los que se desenvuelven, entre otros.

¿Qué hacer?

  • Permitir al niño disfrutar de su tiempo libre, fomentando la libre exploración
  • Reconocer y reforzar los logros o conductas positivas del niño de manera cotidiana
  • Al intentar corregir una conducta inadecuada, indicar lo negativo del comportamiento sin criticar o juzgar al niño de manera global (no calificativos negativos)
  • Cuidar los mensajes que se transmiten al niño, intentando evitar aquellos que puedan transmitir descalificación
  • Mantener expectativas adecuadas y realistas sobre lo que se quiere del niño. No ponerle metas demasiado elevadas o exigentes, sino motivarlo a conseguir pequeños objetivos de manera progresiva.
  • Los niños imitan, por esto es importante cuidar las conductas que muestran los adultos a su alrededor. Busca ser congruente con lo que le pides al niño y lo que haces a fin de enseñar con el ejemplo.
  • Permitirle realizar pequeñas tareas o resolver ciertas dificultades que se le presenten por su cuenta.
  • Bríndale espacios o momentos del día donde pueda estar a solas, teniendo al adulto a cierta distancia.
  • Emplea mensajes y conductas a partir de las cuales ayudes a fortalecer su seguridad y confianza (“tu puedes”, “así se hace”, “inténtalo, lo lograrás”, etc.)
  • Mantén una comunicación fluida con el niño, conversa con el no solo acerca de lo positivo, sino también de aquellas situaciones que generan malestar o inseguridad.
  • Permite que tome pequeñas decisiones en casa, principalmente en relación a aquello que le corresponde directamente (su cuarto, sus juguetes, sus juegos, su ropa, etc.)
  • Evitar emplear mensajes donde se compare al niño con otras personas

Tener en mente:
  • Equivocarse es natural y necesario para crecer
  •  Hacer algo negativo no te hace una persona mala o menos capaz
  •  Pensar en los demás esta bien, pero preocuparse por uno mismo es importante
  •  Cada día brinda una nueva oportunidad para seguir mejorando

María Paz Cardó
Psicóloga-Psicoterapeuta


viernes, 3 de enero de 2014

Acoso Escolar o Bullying


El acoso escolar es cualquier forma de maltrato psicológico, verbal o físico producido entre escolares de forma reiterada a lo largo de un tiempo determinado tanto en el aula, como a través de las redes sociales, con el nombre específico de ciberacoso. Estadísticamente, el tipo de violencia dominante es el emocional y se da mayoritariamente en el aula y patio de los centros escolares. Los protagonistas de los casos de acoso escolar suelen ser niños y niñas en proceso de entrada en la adolescencia.
El acoso escolar es una forma característica y extrema de violencia escolar. Este tipo de violencia escolar se caracteriza, por tanto, por una reiteración encaminada a conseguir la intimidación de la víctima, implicando un abuso de poder en tanto que es ejercida por un agresor más fuerte (ya sea esta fortaleza real o percibida subjetivamente) que aquella. El sujeto maltratado queda, así, expuesto física y emocionalmente ante el sujeto maltratador, generándose como consecuencia una serie de secuelas psicológicas; es común que el acosado viva aterrorizado con la idea de asistir a la escuela y que se muestre muy nervioso, triste y solitario en su vida cotidiana. En algunos casos, la dureza de la situación puede acarrear pensamientos sobre el suicidio e incluso su materialización, consecuencias propias del hostigamiento hacia las personas sin limitación de edad. Las  modalidades descritas son: Bloqueo social (29,3%), Hostigamiento (20,9%), Manipulación (19,9%), Coacciones (17,4%), Exclusión social (16,0%), Intimidación (14,2%), Agresiones (13,0%) y las Amenazas.

El objetivo de la práctica del acoso escolar es intimidar, apocar, reducir, someter, aplanar, amedrentar y consumir, emocional e intelectualmente, a la víctima, con vistas a obtener algún resultado favorable para quienes acosan o satisfacer una necesidad imperiosa de dominar, someter, agredir, y destruir a los demás que pueden presentar los acosadores como un patrón predominante de relación social con los demás.
En ocasiones, el niño que desarrolla conductas de hostigamiento hacia otros busca, obtener el reconocimiento y la atención de los demás, de los que carece, llegando a aprender un modelo de relación basado en la exclusión y el menosprecio de otros.

El acoso escolar al igual que otras formas de maltrato psicológico produce secuelas biológicas (expresión de genes) y mentales. Especialistas del Centro de Estudios sobre el Estrés Humano (CSHS) del Hospital Louis-H. Lafontaine de Canadá sugieren que las víctimas acosadas son más vulnerables a padecer problemas mentales como trastorno por estrés postraumático, depresión y trastornos del ánimo a medida que envejecen.
Se estima que la intervención simultánea sobre factores individuales, familiares y socioculturales, es la única vía posible de prevención del acoso escolar. La prevención se puede realizar en distintos niveles.

Una prevención primaria sería responsabilidad de los padres (apuesta por una educación democrática y no autoritaria), de la sociedad en conjunto y de los medios de comunicación (en forma de autorregulación respecto de determinados contenidos).
Una prevención secundaria sería las medidas concretas sobre la población de riesgo, esto es, los adolescentes (fundamentalmente, promover un cambio de mentalidad respecto a la necesidad de denuncia de los casos de acoso escolar aunque no sean víctimas de ellos), y sobre la población directamente vinculada a esta, el profesorado (en forma de formación en habilidades adecuadas para la prevención y resolución de conflictos escolares).


Por último, una prevención terciaria serían las medidas de ayuda a los protagonistas de los casos de acoso escolar.
Laura Alosilla
Psiquiatra